13.00 horas, Egnatia, periferia de Salónica,
la segunda ciudad más importante de Grecia. Dimitris Koymatsiouli es el
único guardián de la fábrica Vio.me. Su camiseta contiene un lema
inequívoco: "La lucha es lo que hace dar vueltas al engranaje". Dimitris
sabe que la autogestión de esta fábrica de productos de limpieza es un
mito de muchos movimientos y pensadores del mundo. Desde la sala de
controles, llena de emoción cada frase: "Naomi Klein estuvo aquí.
Estamos en una lucha global. Lo que hagamos aquí sirve de ejemplo al
mundo". Eleni Dimitriadou, la socióloga que se ofrece de traductora,
hace una breve introducción sobre Vio.me: "Los dueños quisieron cerrar
la fábrica en el año 2011. Tenían beneficios, pero querían aprovechar la
crisis para deshacerse de los trabajadores sin pagar despidos".
Los trabajadores decidieron, según explica Dimitris, "mantener la
planta en funcionamiento y sobrevivir". El proceso fue arduo. Trabas
judiciales. Amenazas. "Nos les interesábamos. Entonces, la mayoría de
los 45 trabajadores votaron a favor de continuar con la producción de
forma auto gestionada", afirma un entusiasta Dimitris. Vio.me funciona
de forma horizontal. Realizan varias asambleas a la semana, algunas
abiertas a movimientos sociales y ciudadanos. Mientras muestra las naves
de la fábrica, Dimitris enumera otras actividades que realizan, como performances
o cine. También cita a intelectuales internacionales que les apoyan,
como David Harvey o John Holloway. Al final de la charla, aparece
Syriza, "la política". Pero a Dimitris no le interesa demasiado. Vio.me
es su prototipo y utopia. "Somos uno, estamos juntos, es la base de
todo", asegura en la despedida.
De crisis a la autoorganización
Autobús 15089,
rumbo al centro de Salónica. Eleni Dimitriadou transforma el trayecto en
una lección político social. "Grecia es el laboratorio de los mercados,
de la doctrina del shock, del miedo", asegura.
Eleni recuerda la Grecia olímpica, con sus flamantes infraestructuras
construidas con fondos europeos. Y critica con dureza a la clase
dirigente. "Preocupante es el trato dado a los inmigrantes. El ascenso
de Amanecer Dorado también es terrible", matiza Eleni. Tampoco se libra
Syriza, al que tilda de "otro partido más". Critica Solidarity4All, la plataforma de Syriza, por ser un espacio de cooptación política.
En el tono triste de Eleni parecen flotar los datos de la austeridad made in troika que
copan los grandes medios europeos: entre 2010 y el 2014, los salarios
se han reducido un 23,8%, los impuestos sobre la propiedad han aumentado
un 514%, el paro juvenil roza el 60%, el número de ciudadanos excluidos
del sistema de salud supera los 3 millones... Pero Eleni, como muchos
griegos, sonríe cuando aflora el tupido entramado solidario en el que
vive inmersa. Eleni empieza a hablar de otro país. Una Grecia social,
solidaria, cooperativa. Una Grecia en red, más micro que macro. Una
Grecia en pie. "El pueblo paró la privatización del agua, por ejemplo",
asegura, en referencia al referéndum (ilegalizado por el Gobierno) que
ayudó a parar la privatización del agua en Atenas y Salónica recomendada por la troika.
Noche cerrada. Acaba de terminar una manifestación contra la violencia
de grupos ultraderechistas. La policía comenzó a usar gas. La multitud
se dispersó a la carrera. El centro social Micrópolis, en el centro de
Salónica, es uno de los refugios. Eleni conversa con Jeza Goudi
(activista del 15M Barcelona, colaboradora del Festival de Economía
Cooperativa y Solidaria de Atenas), Miki (un activista del 15M de
Barcelona) y Theodoros Karyotis (vinculado a procesos de autogestión en
general). "Es increíble todo lo que está ocurriendo en Grecia desde las
redes de solidaridad", asegura Jeza.
Miki cita el ejemplo de la clínica autogestionada de Helleniko de Atenas, una de las 42 clínicas
y farmacias autogestionadas de Grecia. "Algunas televisiones y radios
públicas de Salónica siguen ocupadas y gestionadas por los propios
trabajadores", matiza Miki. Jeza opina que Grecia no sobreviviría sin la
autogestión: "Sin las clínicas sociales, el 35% de la gente no sabría
dónde acudir ante un problema médico. Sin las asambleas de barrio y su
contacto con las escuelas, no habría educación. Sin los mercados sin
intermediarios, muchas familias sufrirían hambre".
Alternativas
El texto 'Transformando crisis en Krisis' aborda
la mutación social griega de los últimos años: "Estas iniciativas
emergentes han sentado las bases de una red invisible, no regulada y
autónoma que se ha llamado economía solidaria y cooperativa". Grecia se
vuelca en la autogestión. Sus ciudadanos se organizan sin el Estado, que
les ha fallado. La plataforma Omikron Project acaba de lanzar la
segunda edición de su guía 'Ouzo-Drinking Lazy Greeks? Grassroots groups in Greece'. En ella encontramos la Grecia que no aparece en los medios, cientos de proyectos que configuran una nueva sociedad en marcha.
La Athens Wireless Metropolitan Network es una red de malla que provee internet comunitaria. La Red Solidaria de Profesores de Larisa suple los déficits educativos en dicha ciudad. Nea Guinea incentiva la autosuficiencia energética desde el paradigma de la tecnología libre. El proyecto Telaithrion evove alrededor de la permacultura. Nuevos medios como omnia.tv tejen redes a partir de la comunicación libre. Encuentros como el Commons Fest y el Festival de Economía Solidaria y Cooperativa de Atenas
visibilizan y conectan esa vibrante Grecia paralela. "La robustas redes
de solidaridad y de cooperativas ayudarán a catalizar esta transición
hacia los comunes", asegura a eldiario.es, Vasilis Kostakis, una de las
voces griegas del procomún más respetadas.
Las
imágenes de la manifestación regresan a la conversación en Micrópolis:
banderas rojinegras, lemas anarquistas, puños en alto, estética negra,
"No Pasarán" (en castellano). Surgen algunas preguntas. ¿Cómo se
conectaron los movimientos sociales clásicos que protagonizaron la
oleada de protestas de 2008 y la ocupación de la plaza Syntagma de
2011? ¿Las ocupaciones de las plazas de los Indignados griegos fueron
tan influyentes como las del 15M en España?
De Syntagma a Syriza
El Embros Theater de Atenas es uno de los mayores símbolos de la autogestión en Grecia. Tras años de abandono, el colectivo
Kinivi Mavil ocupó este teatro público del distrito de Psiris. "Lo
ocupamos tras la oleada de Syntagma, a finales de 2011, con doce días de
discusiones, charlas e intervenciones", asegura Christina Thomopoulos,
que trabaja con arte experimental. Christina modera una charla en el
Embros que resume la pluralidad de la sociedad griega. También, la
dificultad de diálogo.
El sexagenario Thomas
Tsoutsos recuerda la ocupación de la plaza Syntagma con algo de
desprecio. Habla de "caos", de "falta de organización", de "decepción
personal". En el lado opuesto de la mesa se encuentra Xara Alexakis, una
profesora de arte dramático. "A mí Syntagma me marcó. Era algo muy
vivo. Había mucha gente que no tenía un pasado militante, interesada en
la política", afirma Xara. Esta diferencia de posturas coincide con la
conclusión de Jeza Goudi, tras un año de convivencia con activistas
griegos: los movimientos sociales clásicos no se conectaron tanto con
los Indignados de Sytagma. "Tienen mucha más ideologización que en la
España del 15M. No hay un diálogo tan transversal. Los grupos de
izquierdas que participaron en las revueltas de 2008 encuentran naives a los de 2011".
Christina Thomopoulos, mientras modera la charla informal del Embros,
tampoco toca la macropolítica. Ni rastro de partidos. Apenas habla de
gestión colectiva, de detalles que abren puertas. "Investigamos nuevos
caminos comunitarios, la producción artística, la convivencia", afirma Christina.
Todos los caminos llevan a Exarcheia
En la Atenas social, todos los caminos llevan a Exarcheia, el barrio
anarquista. En la terraza del centro social Nosotros, Christine
Papadopoulou hace un minucioso repaso cronológico de la ocupación de
Syntagma. "Fue una llamada de los Indignados españoles. Alguien en la
puerta del Sol colocó un cartel tipo "silencio, que vamos a despertar a
los Griegos". Y la gente se lanzó a las plazas", afirma Christine. A
partir del 25 de mayo de 2011, los griegos tomaron la plaza Syntagma de
Atenas y cientos de plazas en todo el país. 100.000 personas rodearon el
Parlamento, con un gran cartel en español: "Estamos despiertos. ¿Qué
hora es? Es hora de que se vayan".
Christine habla de
Syntagma con emoción: "Yo nunca había tenido contacto con la política.
Muchos nos conocimos en Syntagma y empezamos a hacer cosas juntos. En
el inicio no había ni banderas de partidos. Poco a poco, comenzaron a
llegar los infiltrados de grupos organizados". Syntagma fue un divisor
de aguas. Christine comienza a enumerar alternativas que surgieron de la
ocupación de Syntagma, como la Campaña Ciudadana de Auditoría de la
Deuda, el Banco del Tiempo de Atenas, el Bazar de Intercambio solidario o
el grupo de Democracia Directa. "El formato asamblea se expandió por
barrios y ciudades. El boom de la economía solidaria es fruto de Syntagma", matiza Christine.
Todos los caminos, todas las luchas, llevan a Exarcheia.
La revolución de 1973 empezó en la universidad politécnica, en la calle
Stournari. El asesinato del adolescente Alexis Grigoropoulos,
que dio pie a las revueltas de 2008, ocurrió a pocos metros del centro
social Nosotros. Una esquina desconchada sirve de memorial colectivo.
Una fotografía recuerda a Alexis Grigoropoulos, al lado de un cartel con
el rostro de Salvador Puig Antich (ejecutado por el franquismo).
Durante el estallido de 2008, tras la muerte de Alexis, una frase que
apareció en una pared de Atenas viralizó por el país: "Somos una imagen
del futuro".
Aquella imagen del futuro fue la
ocupación de Syntagma en 2011. O las protestas de diciembre de 2014, las
primeras masivas de los últimos años. Para James Roos, editor de Roar
Magazine, "el futuro distópico es ahora". La nueva imagen del futuro son
las revueltas en solidaridad con Nikos Romanos,
el preso anarquista que acaba de terminar una huelga de hambre. Pero la
imagen del futuro también es pasado. El 2 de diciembre, la represión
policial en Exarchia se agudizó en la entrada de la Universidad
Politécnica, el lugar exacto del levantamiento estudiantil de 1973 que
acabaría derrumbando al régimen de los coroneles. "Hay un sentimiento
generalizado de que la nueva generación tiene que levantarse hacia el
desafío de nuestros tiempos, como sus padres lo hicieron en los
setenta", asegura James Roos.
Pero tal vez no sea un
futuro tan distópico. Nikos Romanos ha forzado al Parlamento a
concederle un régimen abierto. El Gobierno se tambalea. Los coroneles de
la troika tiemblan. Syriza está más cerca del poder que nunca. Aunque
tal vez la imagen del futuro que inquieta a la troika no es la de un
pueblo en las calles. Es la imagen de un país volcado en la autogestión
que está cocinando una atractiva narrativa que sobrepasa el
neoliberalismo.
Los cuerpos y mentes de millones de personas se están viendo
afectados por trastornos mentales epidémicos. Es hora de preguntarse
adónde nos dirigimos y por qué.
¿Qué mayor síntoma de fracaso
puede dar un sistema que el hecho de provocar psicopatías epidémicas?
Aun así, la ansiedad, el estrés, la depresión, la ansiedad social, los
desórdenes alimenticios, la autoagresión y la soledad son males que
afligen a las sociedades en todo el mundo. Los últimos y alarmantes datos publicados sobre la salud mental de niñas y niños británicos reflejan una situación de crisis global.
Existen
múltiples razones secundarias para este desgraciado fenómeno, pero me
parece que la causa subyacente es la misma en cualquier lugar: los seres
humanos, en tanto que mamíferos extraordinariamente sociales y cuyos
cerebros están programados para interactuar con los demás, están
sufriendo un proceso de disgregación. Los cambios económicos y
tecnológicos son factores fundamentales en esta cuestión, pero también
lo es la ideología. A pesar de que nuestro bienestar está
inseparablemente vinculado a la vida de los demás, el mensaje que se nos
transmite es que la prosperidad se alcanza por medio de un individualismo extremo, competitivo y ególatra.
En
el Reino Unido, hombres que han pasado toda su vida entre cuatro
paredes (la escuela, la universidad, el bar o el parlamento) nos
aleccionan para que uno solucione sus problemas por sí mismo. El sistema
educativo se hace más brutalmente competitivo año tras año. La búsqueda
de empleo es una batalla a sangre en la que lucha una multitud de
personas desesperadas por un número cada vez menor de puestos de
trabajo. Los nuevos carceleros de los pobres atribuyen una culpa
individual a las circunstancias económicas y los interminables concursos televisivos alimentan unas esperanzas imposibles, mientras las oportunidades reales se contraen.
El
consumismo suple el vacío social pero, lejos de curar el trastorno que
provoca el aislamiento, intensifica la comparación social hasta el punto
en que, tras haber consumido todo lo posible, nos convertimos en
nuestras propias presas. Las redes sociales
aproximan a las personas, al tiempo que pone distancia entre ellas al
permitirles cuantificar con exactitud su posición social y comprobar que
las otras personas tienen más amigos o seguidores.
Gracias a la brillante investigación de Rhiannon Lucy Cosslett,
sabemos que las jóvenes suelen modificar las fotos que comparten en
internet para parecer más esbeltas y delgadas. Algunos teléfonos lo
hacen por sí solos gracias a los ajustes de “belleza” que incorporan.
Ahora es posible que uno mismo se convierta en su propio ejemplo de
delgadez a seguir (es decir, convertirse en su propio thinspiration,
o como se ha dado en llamar hoy en día a las imágenes de delgadez que
circulan por la red y cuya comparación con uno mismo sirve, a ciertas
personas, como factor de motivación para reducir su peso). Bienvenida a
la distopía post-hobbesiana: la guerra de todos contra sí mismos. No
es de extrañar, por lo tanto, teniendo en cuenta estos solitarios
mundos interiores en los que el retoque fotográfico ha sustituido al
contacto físico, que los trastornos psicológicos afecten de manera tan
desmesurada a mujeres jóvenes. Un estudio realizado recientemente en el Reino Unido muestra que una de cada cuatro mujeres de entre 16 y 24 años se han autolesionado y que una de cada ocho padecen ahora de un trastorno de estrés postraumático.
La ansiedad, la depresión, las fobias o el trastorno
obsesivo-compulsivo afectan al 26 % de las mujeres comprendidas en esa
franja de edad. Sin duda, estos datos revelan una situación crítica en
materia de salud pública.
Una serie de experimentos, resumidos y publicados en la revista Physiology and Behaviour
(Fisiología y conducta), muestra que los mamíferos de comportamiento
social prefieren sufrir dolor físico y no sentirse aislados. Un grupo de
monos capuchinos que hayan ayunado en soledad durante 22 horas, se
reunirán con sus compañeros antes de acudir a la comida. Los niños que
padecen abandono emocional, según muestran algunos estudios,
sufren peores consecuencias para su salud mental que los niños que
padecen tanto abandono emocional como maltrato físico (ya que, por
horrible que sea, la violencia implica atención y contacto). La
autolesión se ejerce a menudo como medida de alivio contra la angustia:
otra señal que indica que el dolor físico no es tan malo como el
emocional. De este modo, y tal como es bien sabido en las prisiones, uno
de los métodos más eficaces de tortura es el régimen de aislamiento.
No
resulta difícil apreciar las razones evolutivas de las aflicciones
sociales. La supervivencia entre mamíferos se hace mucho más factible
cuanto mayor sea el vínculo con el resto del grupo. Son los animales
solitarios y marginalizados los que mayores posibilidades tienen de
cazados por sus depredadores o de fallecer de hambre. Del mismo modo que
el dolor físico nos protege de dañarnos físicamente, el dolor emocional
nos protege del daño social. Nos impulsa a reconectar, aunque a muchas
les resulte casi imposible.
No sorprende que el aislamiento social
esté tan estrechamente relacionado con la depresión, el suicidio, la
ansiedad, el insomnio, el miedo y la percepción de amenaza. Es más
sorprendente descubrir el número de enfermedades físicas que causa o que
exacerba. La demencia, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, los derrames cerebrales, los déficits inmunitarios
o incluso los accidentes son más comunes entre personas que sufren
soledad crónica. La soledad tiene un impacto sobre la salud comparable
al consumo de 15 cigarrillos diarios: incrementa el riesgo de muerte prematura en un 26 %. Esto se debe, en parte, a que se incrementa la producción de la hormona del estrés, el cortisol, que suprime el sistema inmunológico.
Estudios realizados sobre animales y humanos sugieren una posible razón para la ansiedad alimenticia: el aislamiento reduce el control sobre los impulsos, lo cual conduce a la obesidad. Dado que aquellos que están en el escalón socioeconómico más bajo tiene más posibilidades
de padecer soledad, ¿puede ser esta una de las explicaciones para el
vínculo evidente entre el nivel económico bajo y la obesidad?
Es
fácil comprobar que algo más importante que la mayoría de los temas que
nos preocupan no ha ido bien. ¿Por qué participamos en este delirio de
destrucción medioambiental y perturbaciones sociales, si lo único que
produce es un dolor insoportable? ¿Acaso esta pregunta no debería
hacerles caer la cara de vergüenza a nuestros líderes públicos?
Existen
maravillosas organizaciones sin ánimo de lucro que hacen lo posible
para combatir esta plaga y con algunas de ellas colaboraré en mi proyecto Loneliness (Soledad). Pero, por cada persona a las que ayudan, muchas otras pasan abandonadas.
Este
problema no requiere una respuesta política, sino algo mucho más
grande: una reevaluación de toda nuestra visión del mundo. De todas las
fantasías del ser humano, la idea de que puede vivir solo es la más
absurda y quizás la más peligrosa. O permanecemos juntos o nos
hundiremos desunidos.
George Monbiot es uno de los periodistas medioambientales británicos más
consistentes, rigurosos y respetados, autor de libros muy difundidos
como The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order y Captive
State: The Corporate Takeover of Britain, así como de volúmenes de
investigación y viajes como Poisoned Arrows, Amazon Watershed y No Man's
Land.
Sergio Parra - Xataca Ciencia Todos somos víctimas, en mayor o menor medida, de la disonancia cognitiva,
es decir, de las contradicciones psicológicas que, en aras de evitar
que nos resulten incómodas, obviamos alegremente, demostrando que el ser
humano no ha nacido para hacer gala de una gran coherencia en sus
argumentos.
Por ejemplo, los fumadores que saben que fumar mata pero continúan
fumando mantienen al unísono dos elementos cognitivos (ideas, actitudes o
creencias) que a menudo son contradictorios. Esta contradicción puede
resolverse de muchas formas, por ejemplo, dejando de fumar. Pero frecuentemente esa contradicción también se resuelve no pensando
en el efecto nocivo del tabaco, alegando que de algo hay que morir, o
sencillamente racionalizando el consumo: “me ayuda a relajarme, evita
que aumente de peso, es debido al estrés del trabajo, etc.”
Lo
mismo sucede cuando nos sometemos a un gran sacrificio o dolor: una vez
obtenemos la recompensa por ello, podemos exagerarla para justificar lo
que hemos hecho, tal y como explica Robert Trivers en el siguiente experimento referido en su libro La insensatez de los necios:
En el experimento, se dividió a los sujetos en dos
subconjuntos, uno de los cuales comprendía a individuos que, para formar
parte de un grupo, estaban dispuestos a soportar un test doloroso o
embarazoso, y el otro, formado por personas que solamente estaban
dispuestas a una inversión modesta. Luego se pidió a cada sujeto que
evaluara al grupo a partir de una grabación de una discusión grupal
armada de manera tal que resultara tan tediosa e incoherente como fuera
posible.
Los que estaban dispuestos a invertir más evaluaron el grupo
más positivamente que los que solo eran proclives a un esfuerzo menor.
Los resultados eran muy netos: los poco dispuestos a esforzarse dijeron
que la discusión era aburrida y que no valía la pena, y que los
participantes eran desabridos y monótonos. De hecho, se había ideado la
grabación para que causara más o menos esa impresión. Por el contrario,
los que habían pagado un costo más alto, por así decirlo, leyendo en voz
alta material de sexo explícito, sostuvieron que la discusión era
interesante y que los participantes les parecieron atractivos y agudos.
Cuando recibimos información nueva de cualquier tipo también solemos
ser víctimas de la disonancia cognitiva si la nueva información desdice
alguna de nuestras opiniones más arraigadas. Por ejemplo, si se hallan
pruebas de lo que creemos es falso, entonces distorsionamos los datos, solo atendemos los detalles que nos benefician y descartamos los que no.
Los hechos que incluso refutan nuestros prejuicios también tienen el
poder de despertarlos. Por ejemplo, si se ofrece información política
errónea pero afín a una persona, e inmediatamente después se rectifica
porque era errónea, la mayoría de personas seguirá creyendo la la primera información vertida.
La racionalización post-hoc también tiene un gran poder, por ejemplo
en los productos que compramos: los que no se pueden devolver, por
ejemplo, nos suelen gustar más que los que se pueden devolver. Es decir,
que este tipo de disonancia es más poderosa en decisiones que ya no es
posible cambiar:
Cuando se le pidió a un grupo de mujeres que eligieran entre
dos aparatos electrodomésticos que habían catalogado como igualmente
atractivos, calificaron después al que habían elegido como más
atractivo, basándose aparentemente en el mero hecho de poseerlo.
El
economista y ex candidato presidencial Manfred Max Neef cuestionó la
obsesión por el crecimiento que genera la economía neoliberal,
misma que a su jucio es "un fracaso tremendamente peligroso y
brutal" y la responsable de gran parte "de todos los
horrores que estamos viviendo en el mundo".
En
una entrevista realizada por la revista En Torno, el autor de la
tesis del desarrollo a escala humana afirmó que "esta
economía neoliberal mata más gente que todos los ejércitos del
mundo juntos, y no hay ningún acusado, no hay ningún preso, no hay
ningún condenado.
Todos los horrores que estamos viendo en el mundo, gran parte de
ellos, tienen un trasfondo que está anclado a esta visión de
tratamiento y práctica económica".
Y
enfatizó que "la obsesión del crecimiento, para empezar, es un
disparate. Porque una elemental ley natural, que todo el mundo
conoce, es que todos los sistemas vivos crecen hasta un cierto punto
en que dejan de crecer. Tú dejaste de crecer, yo dejé de crecer, el
árbol grande deja de crecer, pero no deja de desarrollarse.
Seguir
forzando el crecimiento para consumir más y seguir produciendo una
infinita cantidad de cosas innecesarias, generando una de las
instituciones más poderosas del mundo, como lo es la
publicidad, cuya función es una y muy clara: hacerte comprar aquello
que no necesitas, con plata que no tienes, para impresionar a quienes
no conoces.
Eso evidentemente no puede ser sustentable".
Para
Max Neef no es un problema sin solución. Y por ello cree que la
anternativa es "la visión de la economía ecológica", ya
que "a diferencia de la economía tradicional, la economía
ecológica es una economía que está al servicio de la vida y tiene
características fundamentalmente opuestas a la convencional".
"Hoy
en día llegamos al extremo, comienzo del siglo XXI, en que hay más
esclavos de los que había antes de la prohibición de la esclavitud
en el siglo XIX. Esclavos en serio, no en sentido figurado, de los
cuales el 60% son niños y las demás, principalmente, mujeres".
Sobre
este punto explicó que "la economía convencional –que es la
hija de la economía neoclásica– desde una visión ontológica, se
sustenta en una visión mecánica, newtoniana: el humano, la economía
y el mundo son mecánicos. Y en un mundo mecánico tú tienes
sistemas que tienen partes. Partes que descompones, analizas y
vuelves a armar. Del otro lado, la economía ecológica se sustenta
en una visión orgánica. Los sistemas no tienen partes, sino que
participantes, los cuales no son separables. Lo cual significa que
todo está intrínsecamente unido y relacionado. Esto por lo demás
ya es un mensaje que hace más de 90 años nos viene dando la física
cuántica, pero ese mensaje ha tardado en llegar a las ciencias
sociales".
El
economista y ex rector de las universidades Bolivariana y Austral,
enumeró "cinco postulados fundamentales y un principio valórico
irrenunciable" que debieran sustentar la economía ecológica o
cualquier otro nuevo sistema económico: "El postulado número
uno: la
economía está para servir a las personas y no las personas para
servir a la economía;
dos: el desarrollo tiene que ver con las personas y la vida, no con
objetos; tres: crecimiento no es lo mismo que desarrollo, y el
desarrollo no precisa necesariamente de crecimiento; cuatro: ninguna
economía es posible al margen de los servicios que prestan los
ecosistemas; y cinco: la economía es un subsistema de un sistema
mayor y finito que es la biosfera, por lo tanto, el crecimiento
permanente es imposible".
"Y
el principio valórico irrenunciable que debe sustentar una nueva
economía es que
ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar
por sobre la reverencia a la vida. Si tú recorres estos puntos vas a
ver que lo que hoy tenemos –en la economía neoliberal– es
exactamente lo contrario.